lunes, 18 de noviembre de 2013

leyenda CHAMBACÚ Por Jesus Enrique Casas Sehuanes

Chambacú… la leyenda

Chambacú era un niño negro que vivía en una pequeña aldea, había sido

criado por una tribu indígena, después de que sus padres murieran en una

avalancha. Chambacú, aquel trágico día estaba solo y caminaba por toda

la casa rodando una caja de cartón amarrada con una pita, para él era lo

más parecido a un carro de juguete, el cual había querido siempre pero sus

padres adoptivos eran pobres y apenas podían comer las cascaras de guineo

que encontraban en la basura y beber agua de los arroyuelos para no morirse

ni de hambre ni de sed; pero aún así, chambacú era muy feliz rodando su caja

de cartón.

Era la época de navidad y chambacú conservaba la esperanza de que esta vez

el niño Dios le trajera un carrito para jugar, por eso todos los diciembres él

buscaba entre la basura un arbolito de ramas secas, lo adornaba con bolsas

y vasos plásticos, hacia bolitas de barro y las colgaba en el árbol, para él eran

brillantinas y se veían muy hermosas. Una motivo más para que chambacú

estuviese feliz.

El 24 de diciembre de 1994 era noche buena, chambacú jugaba solo en su

aldea en el barro, con su carita embarrotada, apenas podía una sonrisa

dibujada conservando una esperanza mientras jugaba con otro niño que

se le acercaba, juntos hacían bolitas de barro, aquel niño le preguntaba

a chambacú: ¿ qué quieres para navidad? un carrito ¿y tú?, respondió

chambacú. Yo, yo quiero un tambor. En ese momento vieron pasar una

estrella fugaz y en compañía pedían muy alegremente sus deseos, con

la ilusión de que se hicieran realidad. “yo quiero un carrito, yo quiero un

tambor”.

Para desgracia de ellos, no era una estrella fugaz lo que habían visto, los

enemigos de la tribu, los estaban atacando con fuego y a quienes no les

dio tiempo de defender a su aldea, puesto que aquella noche todo quedó

calcinado y de los niños que jugaban en el barro, nunca más se supo nada,

solo cuentan las tribus de las aldeas vecinas que cada 24 de diciembre se

escuchan voces de lamento en el aire y una brisa de tragedia trae consigo

dos voces de esperanzas, como si aún, en algún lugar del mundo, los niños

siguieran pidiendo el mismo deseo: “yo quiero un carrito, yo quiero un

tambor”, “yo quiero un carrito, yo quiero un tambor”.

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