Chambacú… la leyenda
Chambacú era un niño negro que vivía en una pequeña aldea, había sido
criado por una tribu indígena, después de que sus padres murieran en una
avalancha. Chambacú, aquel trágico día estaba solo y caminaba por toda
la casa rodando una caja de cartón amarrada con una pita, para él era lo
más parecido a un carro de juguete, el cual había querido siempre pero sus
padres adoptivos eran pobres y apenas podían comer las cascaras de guineo
que encontraban en la basura y beber agua de los arroyuelos para no morirse
ni de hambre ni de sed; pero aún así, chambacú era muy feliz rodando su caja
de cartón.
Era la época de navidad y chambacú conservaba la esperanza de que esta vez
el niño Dios le trajera un carrito para jugar, por eso todos los diciembres él
buscaba entre la basura un arbolito de ramas secas, lo adornaba con bolsas
y vasos plásticos, hacia bolitas de barro y las colgaba en el árbol, para él eran
brillantinas y se veían muy hermosas. Una motivo más para que chambacú
estuviese feliz.
El 24 de diciembre de 1994 era noche buena, chambacú jugaba solo en su
aldea en el barro, con su carita embarrotada, apenas podía una sonrisa
dibujada conservando una esperanza mientras jugaba con otro niño que
se le acercaba, juntos hacían bolitas de barro, aquel niño le preguntaba
a chambacú: ¿ qué quieres para navidad? un carrito ¿y tú?, respondió
chambacú. Yo, yo quiero un tambor. En ese momento vieron pasar una
estrella fugaz y en compañía pedían muy alegremente sus deseos, con
la ilusión de que se hicieran realidad. “yo quiero un carrito, yo quiero un
tambor”.
Para desgracia de ellos, no era una estrella fugaz lo que habían visto, los
enemigos de la tribu, los estaban atacando con fuego y a quienes no les
dio tiempo de defender a su aldea, puesto que aquella noche todo quedó
calcinado y de los niños que jugaban en el barro, nunca más se supo nada,
solo cuentan las tribus de las aldeas vecinas que cada 24 de diciembre se
escuchan voces de lamento en el aire y una brisa de tragedia trae consigo
dos voces de esperanzas, como si aún, en algún lugar del mundo, los niños
siguieran pidiendo el mismo deseo: “yo quiero un carrito, yo quiero un
tambor”, “yo quiero un carrito, yo quiero un tambor”.
Chambacú era un niño negro que vivía en una pequeña aldea, había sido
criado por una tribu indígena, después de que sus padres murieran en una
avalancha. Chambacú, aquel trágico día estaba solo y caminaba por toda
la casa rodando una caja de cartón amarrada con una pita, para él era lo
más parecido a un carro de juguete, el cual había querido siempre pero sus
padres adoptivos eran pobres y apenas podían comer las cascaras de guineo
que encontraban en la basura y beber agua de los arroyuelos para no morirse
ni de hambre ni de sed; pero aún así, chambacú era muy feliz rodando su caja
de cartón.
Era la época de navidad y chambacú conservaba la esperanza de que esta vez
el niño Dios le trajera un carrito para jugar, por eso todos los diciembres él
buscaba entre la basura un arbolito de ramas secas, lo adornaba con bolsas
y vasos plásticos, hacia bolitas de barro y las colgaba en el árbol, para él eran
brillantinas y se veían muy hermosas. Una motivo más para que chambacú
estuviese feliz.
El 24 de diciembre de 1994 era noche buena, chambacú jugaba solo en su
aldea en el barro, con su carita embarrotada, apenas podía una sonrisa
dibujada conservando una esperanza mientras jugaba con otro niño que
se le acercaba, juntos hacían bolitas de barro, aquel niño le preguntaba
a chambacú: ¿ qué quieres para navidad? un carrito ¿y tú?, respondió
chambacú. Yo, yo quiero un tambor. En ese momento vieron pasar una
estrella fugaz y en compañía pedían muy alegremente sus deseos, con
la ilusión de que se hicieran realidad. “yo quiero un carrito, yo quiero un
tambor”.
Para desgracia de ellos, no era una estrella fugaz lo que habían visto, los
enemigos de la tribu, los estaban atacando con fuego y a quienes no les
dio tiempo de defender a su aldea, puesto que aquella noche todo quedó
calcinado y de los niños que jugaban en el barro, nunca más se supo nada,
solo cuentan las tribus de las aldeas vecinas que cada 24 de diciembre se
escuchan voces de lamento en el aire y una brisa de tragedia trae consigo
dos voces de esperanzas, como si aún, en algún lugar del mundo, los niños
siguieran pidiendo el mismo deseo: “yo quiero un carrito, yo quiero un
tambor”, “yo quiero un carrito, yo quiero un tambor”.
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