A lo
largo del tiempo la educación se ha tenido que enfrentar a varios retos,
siendo el principal reto, cumplir y
llevar a cabo un buen proceso de enseñanza aprendizaje, con el fin de mejorar
las necesidades de la sociedad en sus
variados contextos educativos, para ello, tendrá que tener en cuenta algunas
pedagogías que coexistan dentro de ciertos paradigmas en el campo disciplinario
de la pedagogía, al igual que se adapta a los estilos de aprendizajes que cada
persona utiliza para aprender. En este sentido tiene cabida el enfoque
Socioformativo, puesto que es capaz de interpretar los contextos para dar
resolución a los problemas mediante la colaboración, el proyecto ético de vida,
la gestión del conocimiento y el emprendimiento.
Si
partimos del hecho de que, “Educar es hacer operante una filosofía”,
entenderíamos que los modelos pedagógicos, enfoques o tendencias pedagógicas,
expresan una concepción acerca de la educación frente al momento histórico en
el cual se definen las necesidades educativas de la sociedad, contemplan una
serie de aspectos conceptuales, didácticos y metodológicos para el proceso de
enseñanza aprendizaje, entendiendo al
ser humano físico, biológico, psíquico, cultural, social, histórico, que
aprende desde donde esté, que toma conocimientos y conciencia al mismo tiempo
de su identidad compleja y de su identidad común y la irradia a todos los demás
humanos que lo rodean, ahí cobra vida una institucionalidad como la Escuela,
puesto que, lograr que los estudiantes por su paso tengan una experiencia de
aprendizaje que los conduzca a tomar conciencia de su actuar, a desarrollar las
competencias genéricas y específicas de acuerdo con su contexto actual es un
gran reto enorme, máximo cuando hay que
poner a tono los procesos curriculares. Por ello, cobra vida el currículo por
competencias, el cual es un proceso humano y una actividad cultural, por lo tanto
es algo vivo, en continua organización, en el sentido de que se da con base en
una estructura dinámica e interna, que en este caso son los propósitos de
formación con base en las competencias. En ese sentido, es muy relevante los
argumentos que se presentan desde la socioformación, donde se aborda la gestión
del currículo por competencias como una contribución para elevar la calidad de
los procesos educativos desde las instituciones.
Sin
embargo, existen ciertas discrepancias frente al verdadero papel que cumplen
las competencias y lo que está en juego alrededor de ellas y para poder
comprenderlo un poco es preciso hacer algunos señalamientos: Empecemos por
señalar que hay tres elementos implicados en este asunto: 1. La base
epistemológica subyacente a la teoría de las competencias; 2. La propuesta
pedagógica concreta; 3. El marco social, económico y político en que surge.
En
cuanto a la base epistemológica, es presentada como un desarrollo del
constructivismo pedagógico de Piaget, Vygotsky y Freinet. Según Nico Hirtt,
pedagogo belga, la pedagogía de las competencias nace del “constructivismo
filosófico” (también llamado radical o epistemológico o “relativismo”) no del
“constructivismo pedagógico”. Para el constructivismo filosófico, la realidad
depende de la construcción mental del observador, la cual, a su vez, se basa en
las experiencias personales. De manera que para esta perspectiva la ciencia no
busca la “verdad”, ni el conocimiento “objetivo”, porque existen tantas
verdades como observadores haya. Hirtt nos alerta para no confundir
“constructivismo pedagógico” (Piaget, Vigotsky) con “constructivismo
epistemológico”. Para Piaget y Vygotsky, la existencia del mundo real u
objetivo no estaba cuestionada. La pedagogía debía llevar al estudiante hacia el
conocimiento (como fin último de la educación) mediante una serie variada de
técnicas en la que el educando es ente activo para que vaya “construyendo” ese
conocimiento a partir de experiencias concretas y compresibles para él: “… los
conceptos se adquieren más fácilmente y más eficazmente cuando durante el
aprendizaje el educando pasa por un proceso de (re)construcción de
conocimientos…, por su participación en un proceso hipotético-deductivo”, dice
Hirtt. Estas dos posturas, genera un gran debate epistemológico: el positivismo
con toda su carga de “objetividad” al servicio de intereses concretos, y
el pedagógico, que es el interesante,
dándole valor a la capacidad del docente de desarrollar “programas analíticos
por competencias”, para transmitir conocimientos.
En
todo caso, la pedagogía de las competencias la podemos resumir en tres pilares:
saber ser (comportamiento), saber hacer (habilidades) y saberes
(conocimientos). Dividen las competencias en tres niveles según las capacidades
que se entregan al educando: Básicas (efectividad personal), genéricas (mayor
empleabilidad) y específicas (dominio funcional de un área).
Frente
a estos conceptos cada vez es claro que debemos ir desarrollando posturas de un
verdadero cambio de paradigma. La socioformación propone un profesorado con
mayor reflexión y una profunda concepción acerca de la relevancia de su labor
como facilitador del aprendizaje y promotor de emprendimiento; una actitud
consciente de la necesidad de incidir en los individuos para que estos, a su vez,
se interesen en resolver, con pertinencia y de manera colaborativa, las
problemáticas del contexto económico, social y político. Esto sí puede marcar
diferencia; más que los procesos de reestructura curricular que se realizan en
forma periódica sin generar cambios relevantes.
De
hecho las seis competencias propuestas desde este marco de la socioformación es
bastante interesante y retador: el Proyecto ético de vida, el emprendimiento,
trabajo colaborativo, gestión del conocimiento, desarrollo sustentable y la
comunicación bilingüe, lo que faltaría en última instancia es encontrar el
maestro ideal: que sea dinámico, activo e innovador, creativo, que enseñe a
controlar emociones, que genere siempre mentalidad positiva para que la actitud
ante las diversas situaciones de la vida sea la mejor, que sea un maestro del
siglo XXI y su contendor no sean los estudiantes.
ABRAHAM
MIGUEL CORREA PALENCIA